martes, 2 de junio de 2020

El poder de la ironía


Como ironía solemos definir las situaciones o hechos que son totalmente antagónicos a las expectativas que se esperan, puede ser de manera retórica o metafóricamente como las expresemos, pero cuando esas ironías son expresión fidedigna de la realidad, su intensidad suele ser aleccionadora. Los EEUU viven un momento en el cual afloran las más inverosímiles ironías.

“El salvador del mundo libre”

Por lo menos para la cultura occidental de la segunda mitad del siglo XX los EEUU representaban precisamente eso. La pandemia del COVID-19 mostró al gigante con pies de barro, incapaz de proteger a su propia población, la clase política se mostró irresponsablemente criminal, no se adoptó ninguna de las medidas de protección temprana que recomendó la OMS en su momento, por el contrario, se minimizó su impacto al nivel de la burla. Rápidamente los EEUU pasaron a ser el epicentro de la pandemia, más de cie mil norteamericanos muertos le ha costado ese "honor" tal cual como lo califica su presidente, esa especie de "cowboy psicópata" llamado Donald Trump.

Morir por la economía


La administración Trump priorizó el sistema económico por encima de sus ciudadanos. Las medidas adoptadas apuntaron a proteger y mantener el estatus económico de una minoría, se emitieron billones de USD (de los llamados inorgánicos) para garantizar la continuidad y la “normalidad” en la generación de la plusvalía explotadora, aunque en honor a la verdad y a la realidad todos los dólares deberían pasar a estar bajo esa denominación de inorgánicos, pues es un hecho demostrado que no tienen valor real o su correspondiente en riqueza que los respalde. En un sentido irónico, diríamos que es una moneda falsa. Y precisamente fueron unos supuestos 20 USD falsos los que desencadenaron el peor estallido social desde el asesinato de Martín Luther King. La imagen criminal de un policía blanco, la representación por excelencia de la "ley y el orden", oprimiendo con su rodilla el cuello de un norteamericano afrodescendiente (George Floyd) hasta su muerte, es la materialización más atroz del sistema norteamericano.

El paladín de los DDHH

Venezuela ha sufrido la injerencia más descarada y criminal por parte de los políticos norteamericanos de turno. El tema de la supuesta “violación” de los Derechos Humanos por parte del Estado sobre los venezolanos es uno de sus argumentos preferidos. Han tratado por todos los medios de demostrar que la situación interna es responsabilidad exclusiva del Gobierno constitucional y que las sanciones criminales no tienen más que ver. Han estimulado por todos los medios posibles el malestar social con la intención de llegar al punto de impulsión de la sociedad venezolana, tarea encomendada al cipayo principal, pero la ineptitud patológica, crónica e inconmensurable de este personajillo lo inhabilita para cumplir esta o cualquier otra orden. Ha convocado marchas que tengan como destino final el Palacio de Miraflores para "desalojar" al presidente legítimo de los venezolanos. Esa élite política gringa que sueña con sacar a un pueblo de su sede de gobierno, tuvo que irse a las catacumbas antinucleares (literalmente) el domingo en la noche, cuando un pueblo enardecido, indignado y cansado llegó a la Casa Blanca exigiéndole respuestas y su responsabilidad al inquilino de dicho inmueble. Justicia poética, diríamos. 

¿Estaremos ante el despertar del pueblo estadounidense? Todavía es muy temprano para responder esta interrogante. Lo que sí sabemos es que la vida para algunos esta llena de amargas ironías.

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