Chile es el país
dónde el neoliberalismo se jacta de haber tenido un “gran éxito”. En efecto, la
reestructuración fue total. Fiel al programa neoliberal, la dictadura de
Pinochet llevó adelante pautas económicas que llevarían a una desregulación
drástica de la economía, desempleo masivo, una concentración de la renta en
favor de los sectores económicos más cerrados, la privatización de bienes
públicos, etc., lo cual fue posible aplicando un duro esquema de represión,
sangriento y brutal.
El teórico social David Harvey, en su libro Breve historia
del neoliberalismo, señala que la
expresión política del neoliberalismo en tanto proyecto económico global
conllevó una redistribución de capitales, restableciendo el poder de las élites
internacionales y nacionales, sobre todo de países centrales como Estados
Unidos o Inglaterra.
Una vez
instalado el gobierno militar de Pinochet, a la persecución, la tortura, el
exilio y la muerte de trabajadores y jóvenes de esa generación que defendió y
le exigió a Allende la ruptura radical con la burguesía, se sumó una política
económica totalmente neoliberal que aún, en pleno siglo XXI, Chile pretende
mantener. De la mano de economistas formados en la Universidad de Chicago y a
través del Proyecto Chile, financiado por la Fundación Ford y organizado por los
“Chicago Boys”, el gobierno llevó adelante una reestructuración total de la
economía. Con ello, Chile se convirtió en la base de operaciones del Plan
Cóndor, diseñado por los EE.UU. y que permitía coordinar la represión hacia la
vanguardia obrera y juvenil en gran parte de Sudamérica.
Hoy vemos en
Chile, un precario sistema de protección social, una desigualdad social
extrema, según la última edición del informe Panorama Social de América Latina
elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el
1% más adinerado del país se quedó con el 26,5% de la riqueza en 2017, mientras
que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1% de la
riqueza neta del país. Los adultos mayores tienen pensiones por debajo del
sueldo mínimo, mientras que la Administradora de Fondos de Pensiones acumulan
ganancias, el aumento de 10.5% en las tarifas de luz, el valor de los
medicamentos es de los más altos de la región, con un sistema de salud privado
que deja por fuera a los ancianos y es tres veces más caro para las mujeres. Un
reciente estudio de la Universidad Diego Portales, determinó que de un total de
56 países alrededor del mundo, Chile es el noveno más caro.
A todos
estos factores de descontento, se suma una ola de casos de corrupción en
instituciones como El Ejercito y Policía de Carabineros, acusada de desviar más
de 40 millones de dólares, aunado a la persecución y criminalización del
movimiento estudiantil.
El pueblo
chileno, encabezado por los estudiantes, hoy está en las calles protestando por
el aumento en el pasaje del Metro, pero también el alza en el costo del
Ferrocarril Metropolitano, que transporta a diario a casi tres millones de
personas, los manifestantes alegan que un alza en el pasaje del metro es
inconcebible, más aún si se considera que el transporte público en Chile es uno
de los más caros en función al ingreso medio.
Los “ideólogos”
neoliberales, apoyados de manera evidente por las grandes corporaciones mediáticas
que históricamente han estado a merced de la burguesía, tratan de tachar como “delincuentes”
y “violentos” a los estudiantes que hoy se manifiestan contra todas estas políticas
neoliberales que afectan a más del 85% de la población, minimizando, además,
que se trata del rechazo únicamente al costo del pasaje, cuando esto, es solo
parte de un problema social mucho mayor. Ante esto, la respuesta del Gobierno
chileno ha sido decretar toque de queda y militarizar las ciudades del país, volviendo
a aquellos oscuros días de sangre, muertes y desapariciones que bien supo
aplicar Pinochet.
Ante el resurgimiento
del neocolonialismo, no faltarán pueblos que soplen vientos de libertad,
invocando el inevitable huracán bolivariano en Latinoamérica.